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Lic Juan Alberto Galvá Director Academico INSTITUTO INTESAND |
Siempre he admirado el mar como
una de las obras visibles más cercanas y majestuosas de Dios. El espacio
sideral es imponente y asombroso, pero, al mismo tiempo es inasible como la
Luna, esa Luna que les prometemos a las chicas amadas; simplemente, en las
condiciones presentes el inmenso universo es imposible de sondear. En cambio el
mar sigue siendo un misterio, sigue siendo basto, sigue siendo majestuoso y con
todo está al alcance de nuestra mano. No lo podemos domar, ni dominar ni
sondear exhaustivamente, pero paradójicamente está a nuestro alcance, nuestras
manos pueden palparlo y sus efectos pueden ser apreciados a simple vista sin
necesidad de artefactos.
Siempre he sentido cierta
fascinación por estar frente al inmenso mar y su bravura y hermosura siempre
evocan en mí al Creador de todas las cosas. Fue precisamente estando frente al
imponente Mar Caribe que haciéndome acompañar de mis hijos Steward y Sarah
Grace Marie, que agradeciendo a Cristo por sus misericordias, es decir, orando
al Señor frente a SU mar, fui consciente justamente de eso, de que ese inmenso
portento de la divinidad había sido hecho por JESÚS. No me tome por tonto. Claro
que sabía que el mar y todas las cosas fueron hechas por él. Más bien me
refiero a un momento especial, lo que algunos llaman un ¡Eureka! O algo por el
estilo. Es como cuando un día, después de haber usado tus manos por años,
empiezas a meditar en esas dos terminaciones que tienes en los brazos, sus
características y de repente la palabra MANO pasa a tener un significado especial,
ya no es simplemente la mano… Ahora te hallas meditando en
M A N O, esto es
(M) (A) (N) (O)
o sea M-A-N-O
mano
Solo cuando pasan estas cosas
podemos decir que estamos pasando por un momento profundo de introspección, en
ese momento, si el análisis es espiritual, grandes y buenas cosas pueden
ocurrir para nuestras vidas.
Bien, y… ¿Qué con eso? —Alguno
dirá— Recordemos que Dios, se hizo HOMBRE. Acá en la tierra hemos tenido y
tenemos hombres que han alcanzado gran renombre por el hecho de haber realizado
grandes hazañas. Estos hombres han recibido la admiración y la gratitud de la
gente, pero, al mismo tiempo, no en pocos casos la vanidad y la soberbia que acompañan
la grandeza del ser humano han provocado la estrepitosa caída o la antipatía de
estos “héroes” humanos debido a que no han podido manejar tanto reconocimiento,
algunos hombres ante tal fama han tenido que sacrificar sus vidas y recluirse
para llevar vidas paradójicamente infelices y limitadas porque el asedio de la
gente los abruma y en otros casos más funestos, han terminado envueltos en un
vacío tan inmenso, en una espacio tan desolador que los ha abandonado todo
sentido y razón de vivir y se han quitado la vida.
Pero si no lo habíamos pensado, bien
vale la pena pensar en el HOMBRE Jesús,
quien fue y es el Dios Hombre. Por un momento póngase en los zapatos de Jesús e
imagínese usted parado frente al mar diciendo,
y entendiendo lo que significa lo
dicho: “este mar, este inmenso mar, cada átomo
de hidrogeno y oxigeno y cada contorno de este mar, así como sus millones y
millones de criaturas fue creado por estas manos” —¿Se lo imaginas usted?—
Sí, esas frágiles manos humanas
que podían percibir la suave brisa marina, que palpaban la humedad del agua salada,
aquellos pies que percibían la rugosidad de la arena y el calor de la playa, ¿lo
ha pensado?
¿Cómo se puede meditar en estas
cosas y saber que no son parte de un delirio de grandeza sin precisamente caer
en el delirio, en la locura, o procurar andar de plaza en plaza, de callejuela
en callejuela y de reunión en reunión haciendo alarde —merecido— de semejante
portento?
Solo un hombre que fuera Dios,
podría convivir con semejante poder y conocimiento y no terminar esclavo de la
vanidad, la soberbia y el sentido de superioridad. Solo un hombre que fuera
Dios podría haber convivido con semejante poder dentro de sí, al alcance de sus
manos sin procurar forzar a todos a reconocerlo y a tomar por fuerza, lo que por
derecho de creación le corresponde.
Sin entrar en los recovecos teológicos
y citas bíblicas interminables, en mi humilde modo de ver las cosas, solo habría
que meditar en lo que significó para Jesús haber sido el creador de todas las
cosas como está ampliamente atestiguado en las Escrituras, para comprender la
infinita grandeza de Dios, en su insondable humildad, aquel que nada obtiene
por fuerza, sino con argumentos de santidad, amor, paciencia, longanimidad y
justicia.
Al entender tanta humildad en mi
Señor, tuve motivos muy agradables para extender mi oración, mi oración frente
a su mar, mi oración que fue una prolongada acción de gracias en reconocimiento
de su poder, su sabiduría y su asombrosa humildad.
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